domingo, 23 de agosto de 2015

Mota Rosa Moda. Un mar de camisetas.




PARÍS, OH, LALÁ

Este post va de camisetas. Camisetas con mensaje, camisetas coloridas que contagian buen rollo, camisetas que dan un giro de tuerca sport a un look aburrido… camisetas. Que como muchos sabéis, es mi segunda gran afición, justo por detrás de las libretas.






Esta de París me llamó no solo por su tejido fresco y suave, que lo tiene, también por el dibujo de la Torre, nunca había tenido ninguna, y por la frase. "Buenas vibraciones solamente" Sí, señor, ese debería ser nuestro lema y cerrarle el paso a todos esos aguafiestas malages, cuyo hobby es amargarle la vida al prójimo. Los tóxicos, cuanto más lejos mejor.



Por suerte, tengo una chaquetilla símil piel (es más bien plasticucho pero puesta queda chula) en el mismo color, de modo que bien coordinada por arriba, de ombligo para abajo solo faltaba colocar un básico en color neutro: un vaquero, una falda con media tupida en cualquier color, o el consabido pantalón negro, socorrido y fabuloso. 



De zapatucos, algo cómodo y a poder ser, del mismo color básico del pantalón (ya llevamos estampados en la parte superior). Así le cedemos todo el protagonismo a nuestra camiseta, la reina de la fiesta. Como ya hace frío, que sepáis que podéis reciclar las sandalias de verano que sean cerraditas y cómodas (sí, esas que no te has quitado en los meses de playeo y que te dio un montón de coraje tener que guardar). Estás de enhorabuena. Sácalas de nuevo, sé atrevida, y colócatelas con calcetines en el mismo color. Sí se llevan y son lo más en comodidad.







NEW YORK, NEW YORK

Esta monada se vino conmigo desde la gran manzana. Tengo una fijación enfermiza con los taxis de New York (y creo que en general por todo lo amarillo) porque si os acordáis, cayó también un paraguas con el mismo estampado. Ya aprovecharé algún post en día lluvioso para enseñároslo.






10 dólares. Al cambio, unos 8 €. No está mal, ¿eh? Y es gordita, ideal para el invierno porque puedo amortizarla (mi gran obsesión, amortizar prendas, esto es, usarlas, si es posible, casi todo el año) cubriéndome las mangas con una rebeca de punto lisa (sin ochos ni puntos gruesos) color negro, o el que se nos antoje, siempre que combine con el amarillo canario. Sed coquetas, jugad y mezclad tonos sin miedo, a ver qué sale.




Y como colofón final, las All Star de toda la vida, en amarillo. Puro confort para las mañanas presurosas con muchas cosas pendientes y muchos kilómetros de calle que recorrer.



EL PEDAZO DE MENSAJE

Decididamente,  esta no es una prenda por la que arriesgaría mi vida. No es nada del otro jueves y es blanca. Simplemente blanca. Pero no me negareis que el pedazo de mensaje que contiene, lo mucho que cualquier chica puede identificarse con él, no merece una y mil veces habérmela traído desde Zara New York, pensando que aquí no la iba a encontrar… ¡¡Ilusaaaaa!! La tenían exactamente igual y hasta más barata.



 


¿Cómo le sacamos partido a una camiseta básica a más no poder, donde lo potente son las letras (que dicho sea de paso, nada tiene que ver con la moda)? Combinándolas con prendas, digamos un poco estrafalarias. A saber:

- Bermudas negras imitación piel
- Botines negros con tachuelas (dará el toque rockero al conjunto) y calcetines asomando por el borde
- Parca militar verde. De los verdes militares de toda la vida.
- Pañuelito al cuello. Chic francés que no viene a cuento, por eso sorprende (risa malvada…)










Esto es todo por hoy. Pasadlo bien, aprovechad la semana, bajaos la App Ambyant  (que es gratis!!!) y empezad a crear álbumes compartidos con vuestros amigos, en todo tipo de eventos. Así todos tendréis las fotos de todos, sin necesidad de ir enviando, perder el tiempo etiquetando o cazando de muro en muro, no perderéis ninguna foto de las que se hicieran el día en cuestión, y cada cual podrá personalizar el álbum a su antojo, borrando o conservando las fotos que desee. No ocupan sitio en nuestro dispositivo (vale para móvil, tablet y ordenador) porque están en la nube de nuestra cuenta con Ambyant. ¿Queréis más? Pues más cosas hay. Pero seguiremos en otra ocasión.
Disfrutad, Motas.





domingo, 16 de agosto de 2015

AMOR AL PRIMER GOLPE DE PERCHA


Por hoy vais a permitirme un soplo de frivolidad y que dedique la entrada a la moda. Sabéis que me chifla y que más allá del estar más o menos al día de las tendencias, a poco que nos esforcemos, entramos en valoraciones y juicios acerca de su funcionamiento. Porque no nos engañemos: la moda y sus inabarcables caprichos son una cosa complicada.

A veces tenemos la sensación de que juegan sucio con nuestros pobres monederos. Que si este año se llevan los pantalones pitillos, esos estrechísimos de la muerte que hay que meterse con calzador, ten por seguro que el año próximo pondrán en la picota justo lo contrario. Para que no podamos reciclar ni seguir usando lo que ya teníamos, para obligarnos a un nuevo desembolso (que igual no nos podemos permitir) en un pantalón de pata ancha que, eso sí, nos dará el puntito de modernidad que tanta falta hace. ¿Lo tenemos? Ya podemos respirar. Felices y a la moda, aunque se nos haya estrangulado el presupuesto.

Nótese el tonillo irónico…

Puede que de cuando en cuando suframos un ataque de clarividencia y la cruda realidad nos golpee en la azotea: “esto no es más que un negocio. Quieren que gastemos, sin tregua”. Y hasta se nos hincha la vena rebelde. “¡No me da la gana!” “¡No volveré a decir lo necesito!” “¡No volveré a correr cual avestruz en temporada de caza, en busca del top de volantes que acabo de verle a mi archienemiga! Por cierto, qué mono le queda, a la puñetera” “No volveré a comprar a lo bestia, ni a decir que no tengo ropa. De hecho, no pienso volver a comprar…”
¿Cuánto nos dura la determinación? Igual podemos contarla en minutos. Desdichadas plumas a merced del viento.

Creo que pasamos por alto que las que de verdad pintan en esto de la moda, las que reciben el apelativo de “it-girls”, se pasan las tendencias que cada temporada marcan los tiranos diseñadores, por el arco del triunfo. Ellas se colocan lo que les parece, les gusta y les sienta bien. Mezclan sin pudor. Y a veces salen de su casa disfrazadas, cierto, eso también. Pero ahí las tienes, centro de todo objetivo fotográfico que se precie, hasta cuando compran el pan, admiradas por su valor, por correr riesgos, por innovar.
Innovar, queridas motas, es justo lo contrario a ir todas idénticas, vestidas de uniforme. Es investigar en los percheros de las tiendas que nos podamos permitir, rebuscar pequeños tesoros que podamos combinar de cincuenta mil maneras distintas, que nos haga sentir cómodas y preciosas. Merece la pena.

Porque cuando la encuentras… Esa prenda mágica de verdad, que es tuya y te cuadra no porque lo dicte un señor que no conoces, sino porque lo sientes. Te metes dentro, dejas que la tela acaricie tu piel e inmediatamente, te notas distinta. Eso me ha pasado este año, con lo que en principio califiqué de “horror” seguido de un “yo eso no me lo pongo ni loca”. Me refiero al culotte, bermuda palazzo o crop pant (en armonía con los crop tops): solo Dios y los que mandan saben cuántos nombres distintos ha recibido. Es un pantalón pata de elefante cortado a distintos niveles (por encima del tobillo, por debajo de la rodilla o a media pantorrilla) femenino y profesional al tiempo. Sofisticado. Muy Chanel.
Tiene a su favor la originalidad y el elemento sorpresa. Hacía siglos que las tendencias no nos sorprendían con algo realmente nuevo, poco visto (en el caso del crop pant me atrevería a decir que nada visto) que paradójicamente viene de tiempo atrás. Rescatados del armario avant-garde de pioneras de estilo como Katharine Hepburn o Marlene Dietrich, debemos agradecer a la incombustible Victoria Bechkam haberlos lanzado y defendido. Al principio, muchas la mirarían con cara de acelga (like me) pero después, hemos terminado rindiéndonos al bermuda palazzo porque ellos lo valen.




Eso sí, no en cualquier largo. He explorado concienzuda hasta dar con el que mejor me va y me lo he comprado en negro y en azul bebé. Este último, porque lo pillé en las rebajas y era un delito no llevárselo. Cayó solo. Divino y sensual.


¿Y vosotras, motas? ¿Cuáles son vuestras prendas mágicas esta temporada?

Besitos muchos, y hasta la próxima entrada :)


domingo, 2 de agosto de 2015

CUALQUIER CHISME PASADO FUE MEJOR




Hoy pienso pediros que os sumerjáis por un segundo en el circo de los pequeños electrodomésticos. Esos aparatitos tan monos (hoy día de colorines, como una fuente de macarons, antaño en simple y poco inspirador blanco y negro) que hacen nuestra vida más sencilla y feliz. Chismes que trasladan a nuestros hogares el salón de belleza, la peluquería o el bar de zumos naturales, ahorrándonos un porrón de incovenientes y tiempo. El valioso tiempo.

Tenía yo uno de estos, un depilador de piernas y otras partes más pudendas, tan eficaz que me libró del doloroso láser. El SilkEpil de Braun. Al principio dolía un poco pero enseguida te acostumbras, arranca el vello de raíz y pronto, si tus pelibiris no son recios como los de un paquidermo, irás espaciando las sesiones de depilado a un puñado de minutos cada quince días. A fecha de hoy, me repaso una vez al mes (a veces tardo más) y santas pascuas. No. No trato de vendéroslo ni los de la firma me prometen comisión. Es que voy a contaros mi epopeya.
Mi Braun SilkEpil se reveló enseguida como un chisme de belleza im-pres-cin-di-ble. Me acompañó año tras año y vio menguar mi población peluda. Debilitó el vello de mis piernas, hizo desaparecer por completo (y no exagero) el de las axilas, se venía en la maleta si viajaba, era pequeñito y molón, no pesaba nada… lo tenía todo.
Sobre todo funcionaba.

Después de mucho, pero que mucho uso, empezó a fallar. El motor se atascaba y aunque nunca jugué con las dos velocidades ni lo martiricé, era lógico pensar que el momento de cambiarlo por otro más moderno, había llegado. Allá que me fui de vía crucis, buscando exactamente el mismo modelo y marca. Tan enamorada estaba.



Lo encontré. En versión 2.0, claro. Ya no era soso, era rosa y blanco, una cosa monísima que prometía, además de depilación duradera e indolora, placer a la vista. Cuán equivocada estaba.
Ni por el forro se parecen.
Lo que me vendieron como último modelo del cacharro, se parecía al prototipo defectuoso de lo que ya tuve. No le llega ni a la suela del zapato (en sentido figurado), será precioso pero sus pinzas no agarran el vello, tienes que pasarlo una y mil veces para dejar limpia la piel y terminas irritándola. El motorcillo se ha cascado al escaso mes y medio de uso y el cable se resiste a hacer contacto. Todo lo que en el modelo antediluviano tardó diez años en fastidiarse, en este ha batido récords.

Segunda decepción. El secador Lissima de Rowenta.
Otra maravilla que vino a salvar mi vida y que yo recomendaba a voces a todo el que me quisiera escuchar. Un secador poco más grande que uno de viaje, con inusitada potencia y un accesorio alisador en la boca, compuesto por una suerte de placas de cerámica en forma de peine, que convertía en seda tus mechones, igualito que una plancha. Fácil, fácil, fácil. Para dummies como yo. Y perfecto para pelo fino filipino, que se quema nada más ver de lejos unas tenacillas. Por mucha calidad que tengan.
Tal era mi dependencia al chisme, que cuando viajé a Valencia a presentar uno de mis libros y me percaté de que lo había olvidado, a punto estuve de saltar desde el balcón del hotel. Ni comí siquiera. Salí corriendo, busqué el Corte Inglés y arramplé con otro, antes de que me expulsaran de la casa del libro por loca.
Obviamente, como supondréis, habían pasado unos añitos y el Lissima que me encasquetaron ya no era exactamente el mismo que yo tenía. A pesar de ello, vendí sus virtudes a las chicas de toda la planta y creo que esa tarde, el gran almacén agotó el stock de secadores-alisadores disponibles.
Después de esa situación de emergencia, no volví a usarlo. Tenía a mi ancianito querido.
Unos seis años después, el viejito murió y recordé el sustituto, flamante y con mucho mejor diseño, guardado en su caja. Lo puse en activo.
¿Adivináis?



Justo eso. ¡¡¡¡¡¡Menuda MMMMMM!!!!!!
Muchos de los componentes que eran metálicos y resistentes en la versión antigua, ahora son puritito plástico, endebles y birriosos. Por abreviar y no dormiros os diré que el pelo tras pasar por sus manos, nada que ver con lo que conseguía antes, un sedoso con volumen la mar de chulo. Otro desastre que apuntar a la lista.

Entonces recordé un reportaje “imperdible” que vi en internet y que me dejó ojiplática: Obsolescencia programada.


Sí, ya inventaron la bombilla que dura 100 años o ¡atención, chicas! ¡Las medias que no se rompen! Pero no son rentables. Para nosotros puede, pero no para ellos, que son los que tienen que amasar dinero a espuertas. Nuestro rol es matarnos a trabajar para poder gastarlo en sus negocios, que crecen y crecen hasta reventar de éxito. Adquirir pares de medias y ver llegar las carreras en la primera puesta, en lugar de ahorrar esos euros, juntarlos con muchos otros igualmente malgastados, y disfrutar por ejemplo, viajando. Indignante. Nada de lo que escriba aquí es comparable al modo en que se os abrirán los ojos viendo el reportaje. Altamente recomendado.

Así que os dejo. Cabreada como una mona por haber tardado casi tres cuartos de hora en extirparme cinco pelos mal contados de las pantorrillas. Echando de menos mis antiguos chismes y preguntándome qué demonios me irán a vender, cuando estos de hoy, la espichen. Miedo graaaande.


Besos de los que duran para siempre, motas. Aquí no hay nada obsoleto.



domingo, 26 de julio de 2015

ESAS CRÍTICAS FEROCES...




Bienvenida semana, una vez más, y procuremos entrar con el mejor estado de ánimo, que luego la cosa se alarga, y se alarga, y se alarga… y nos damos contra la pared desesperados por no poder encogerla.
Estooo… de la motivación hablaremos en otra ocasión.

Hoy nos detendremos en ciertas críticas que algún@s vierten en las redes sociales, en el apartado "comentarios" de Amazon, en cualquier sitio y lugar donde su a veces bien calculado veneno pueda gotear y causar estragos. Puede parecer un tema manido y trillado, yo misma lo veo así, pero dado que continua ocurriendo, que la gente no aprende, que se siguen arruinando días que podrían ser felices por causa de cinco líneas anónimas (o no tanto) que pisotean tu trabajo de la peor manera y que aún duele, dado que algunos de los que lo hacen pueden no tener mala intención, creerse incluso que le hacen un favor al autor y que es el ego descomunal de este el que lo conduce a la rabieta y al llanto… Dado que muchas cosas siguen necesitando de explicación y análisis… ¿Por qué no? Vamos a hablar acerca de ello.


Esos dioses todopoderosos y castigadores, dueños del bien y del mal, deciden opinar… Ay, omá, qué susto…

Rara vez he oído a nadie quejarse por una crítica negativa, que mereciera, con franqueza, ser llamada crítica: por su objetividad, su profesionalidad, por tener la suficiente entidad y estar bien montada. Es decir, que se ajusten a lo que vulgarmente llamamos "crítica constructiva". Y sumaría "respetuosa". Las críticas chungas, pocas veces se refieren a la calidad de la narrativa, la agudeza de los diálogos, al acierto o desacierto de la estructura, la psicología de los personajes… No.

Estas "críticas" a las que nos referimos no pasan de ser opiniones. Personales, por más señas. Y vertidas en público. Por ello, terriblemente dolorosas.

Si nos encontramos con una verdadera crítica que puede mejorar la futura obra del autor, responsable y considerada, aunque sea negativa, seamos sinceros, la mayoría de los autores con los pies en la tierra no se lo toman a mal. Aún está por inventar la obra que fascine a todos por igual, el bestseller entre los bestsellers, que cruce fronteras y allá donde vaya, triunfe como la San Miguel.
¿O era la Cruzcampo?
Umm… Buenas cervezas ambas…

A ver si nos enteramos de una vez, que los aplausos y las alabanzas, sobre todo si son falsas o por compromiso, no nos hacen ningún favor. Mis amigos, mis verdaderos amigos, degüellan mis obras, van con lupa en busca de lo que no encaja, de lo que chirría, de lo que puede ser mejorado. Eso sí, desde el cariño, que una es sensible y tiene corazoncito. Pero también tiene vergüenza torera y quiere mejorar. Si mis personajes son incoherentes, mis estructuras caóticas o mis diálogos de chiste, necesito saberlo para trabajarlos. Si me recompensan un trabajo mediocre o malo haciéndome la ola, mi próxima novela será más de lo mismo.
¿Eso es lo que queremos? Sentíos libres de responder, puede ser que sí, que muchas personas que escriben no tengan la menor intención de currárselo en plan profesional más allá de lo que les sale en versión 1, y ¡qué carajo! Están en su derecho. Que si en algo no estoy de acuerdo es en la topiquísima frase hecha "la obra cuando se publica deja de ser del autor y pasa a ser propiedad de los lectores".

¡NOL! ¡No estoy de acuerdo! La obra es y será para los restos, propiedad exclusiva de quien la ha escrito. Los demás podremos leerla, degustarla o vejarla, defenderla o quemarla, hacer cábalas acerca de sus mensajes ocultos, juzgar a los personajes, aventurar interpretaciones… Pero solo el autor, sabrá realmente qué quiso decir con esta u otra situación, con esa frase aparentemente fuera de lugar. Solo quien los parió entiende a sus personajes y podría defender su incoherencia, su infantilidad, su imperfección.


No la creé, no puedo explicarla

¿Por qué duelen estas opiniones? ¿Solo porque no son positivas? ¿Es el ego tremendo del autor, como dicen muchos, que prefiere arrancarse los ojos a tener que soportarlas? Alguna vez, puede que sea eso. Las menos, os lo aseguro. Otras muchas, duele porque se vierten desde el desprecio. El desprecio, como dice una de mis protagonistas al inicio de su historia, no es solo una impresión. Es palpable, se puede tocar, está ahí, mirándote burlón. Algunas de esas "opiniones" que sus autores defienden como respetuosas, objetivas o en el libre ejercicio del derecho de expresión, molestan a cualquier ser humano sensible que las lea, aunque no hayan escrito la obra. Es comprensible que hieran a la madre o padre de la criatura. 
Si le sumamos el agravante de la publicidad, que la ofensa sea pública y tu escarnio pueda leerlo cualquiera, que no disponemos de todas las herramientas psicológicas para librarnos del guantazo a nivel de la autoestima, el resultado no puede ser más punzante.

Ahora bien… ¿es conveniente compartir nuestro dolor en las redes sociales? Lo dejo a elección de cada cual. Personalmente, pongo en tela de juicio la benignidad de esta solución. Y es que por muy alentador que sea ver decenas de mensajes de ánimo y cariñoso cariño, pensemos que quien hizo la crítica demoledora con intención de tumbarnos, también está ahí, recreándose en nuestra pena, frotándose las manos por sus aciertos, preparando el próximo golpe mortal. Y si el enemigo es persona enferma, la guerra no tendrá fin. ¿Es lo que buscamos? Porque es lo que conseguimos al trasladar un asunto privado al peligroso océano de las redes sociales.
Abogo por releer, una y mil veces esa opinión, una vez pasado el berrinche con la familia o las amigas, en vivo y en directo, delante de un café o cerveza de los de toda la vida, donde podremos desahogarnos y despotricar a gusto, y buscar qué hay de verdad en esa aparente mentira. Si algo es aprovechable. Plantearnos qué no hay de cierto en ese charco de barro, que bien trabajado, pueda hacer mejor nuestro siguiente libro.
Saquemos del mal rato una lección. Y cuando recordemos al malhechor, lo que se nos vendrá a la cabeza será "gracias" en lugar de "hijademalamadre". Ligeramente mejoL.



Cuidado con los dueños de las cabezas que pisas al subir...

Así que no lo olvidemos. Podemos opinar. Y si estamos preparados intelectualmente para hacerlo, podremos hasta criticar desde un punto de vista literario. Pero os lo suplico, no olvidemos las formas. Pensemos por un momento en las horas robadas al sueño, a la familia, de esa persona que con la mejor intención de entretenernos, ha tecleado sin descanso e inventado historias pensando en nosotros. Con mayor o menor acierto, vale. Si no nos gusta, siempre podemos dejar de leerlo sin necesidad de contarle al mundo cuan horrible ha sido. Aprendamos a expresarnos con sensibilidad. Respetemos la ilusión del autor, sus lazos emocionales con la novela. Respetémoslos a ellos. Y seamos delicados. Cuesta lo mismo que ser crueles y desagradables y proporciona mejor karma. No olvidéis que con un poco de suerte, algún@s de los que hoy cortáis cabezas, mañana publicaréis...

Hasta la próxima semana, motitas y coraSones.


By Mota Rosa

domingo, 19 de julio de 2015

¡AYYY! ¡QUÉ POQUITO NOS QUEREMOS!


Venga, va, cierto. Me merezco una colleja. Desde mayo que prometí volver, me he pasado mis compromisos un poco por lo alto del arco del triunfo. 
Que no he escrito una mísera letra pal blog, vaya.
Pero tengo excusa, de verdad. Absolutamente todos los ratos disponibles que he tenido, que no han sido muchos, los hemos pasado, mi culo y yo, pegados a este teclado, puliendo novelas para presentar a concurso ("La cripta del ángel" que me ha dado la increíble satisfacción de quedar entre las 5 finalistas del I Premio de Literatura Editorial Vanir, tiene la friolera de 465 páginas y me dio por cambiarle la estructura ¡completa! a última hora. Creí que perdía la chota), puliendo estructuras de trabajos previos, trabajando próximas publicaciones… En fin, una barbaridad de curro. No os puedo dar muchos detalles por ahora, pero irán saliendo (Dios quiera) y lo iréis viendo. Diréis: "Umm, pues va a ser que no era una disipada vaga redomada como pensábamos. Tenía trabajo pendiente".


Por cierto… Cómo me pone este hombre…

Iré al grano. Hoy por fin he cogido por los cuernos mi toro particular y aquí me hallo, de modo que trataré de no irme por los cerros de Úbeda, o esta entrada no llegará a nacer.

El tema es: qué poquito nos queremos. Y no me refiero a ese querernos prepotente y engreído que nos lleva a mirar al resto de la humanidad por encima del hombro, sintiéndonos supergente, mientras que ellos, pobre mortales, son simple basurilla (que esos que "se aman por encima de todas las cosas vivas", abundan, no lo dudéis). No. Porque aunque la línea que separa una autoestima alta y en plena salud de un ego descomunal y asqueroso es fina y sutil, EXISTE. Y no es lo mismo, ni comparable. Prometo dedicar un post a esa importantísima diferencia que puede llevarnos de la felicidad vital más absoluta, a ser el tipo/a más odiado/a y al que todos desearían pillar a solas para cortarlo en juliana.


El bosque, como la sociedad, se compone de muchos árboles miembro. Lo que no quita que cada cual conserve su individualidad y su especial e irrepetible forma de ser. Porque sí, somos IRREPETIBLES.


El quid de la cuestión es que la autoestima, también llamada amor propio, no se basa en la relación con los demás sino con nosotras mismas (de ahí lo de "auto"o "propio"), radica en el modo en que nos vemos, nos comparamos con el resto, y nos juzgamos.
Sobre todo eso. ¡Cómo nos juzgamos!
Somos duras con nuestras críticas, exigentes hasta desfallecer, siempre consideramos que hemos hecho mal las cosas (menos los egocéntricos superdotados, esos, en su opinión, jamás de los jamases se equivocan), que nos equivocamos más de lo conveniente y sobre todo… que llevamos fatal el pelo y nuestras cartucheras son las más frondosas. Circunstancias y fallos que perdonamos a los demás sin vacilar, son inadmisibles en nuestra propia realidad y los usamos para arrearnos sin descanso con el latiguito castigador.

A ver, quitando algún que otro ángel de Victoria´s Secrets (por cierto, menudas bragas) ¿quién demonios nació perfecto? De acuerdo, a David Gandy también lo sacamos de la reflexión, aunque igual es tonto de remate o le huelen los pies, yo qué sé, también lo admiro por encima de la demencia pero nunca me he ido a vivir con él (jajajajaja risa irónica donde las haya), igual me decepciono… Vaale, a lo que íbamos. La gran, gran mayoría de nosotras/os, nacemos con un pack que podría colocarse en una balanza: cosas chachis, cosas no tan chachis, cosas que nos ponen la carne de gallina. Pueden ser interiores o exteriores. Un exterior de revista puede esconder un miedo atroz a vivir o a amar (¿Imagináis qué desperdicio?). Una melena espesa y brillante que se convierte en la envidia de todo el que la ve, puede embozar una incapacidad absoluta para resolver los problemas más básicos del día a día.
Y es que solemos juzgar en exceso por lo que vemos, olvidando que eso es solo el 30% del ser humano, que hay mucho más, invisible, sí, pero sustancial, determinante de ser criaturas más o menos felices, satisfechas con nuestra vida y que aunque sea un tópico (no por ello menos cierto) ni el dinero ni la cegadora belleza, garantizan la felicidad. Puede que ayuden, sí, pero no siempre ni del todo. Es mucho más feliz un pobre feo hasta decir basta, con su cabeza bien amueblada y su orden de prioridades claro. 
Demostrado por esa madre de la ciencia que es la experiencia. 


Alexa Chung, mi Marina Valdemorillos particular, con una pinta de pava supina de la que muchas renegarían, ha sabido hacer de sus looks rarunos y ñoños, su mejor baza profesional

El caso es que algunos de estos humanos normales, recordad, con sus cosas buenas y sus cosas malas, alejados de la rabiosa e inexistente perfección, han elegido profesiones que los colocan en la picota. En el candelero. A vista de todos. Objeto de las críticas más feroces, las de los envidiosos. Y ahí es cuando vemos quién es realmente inteligente. La prueba de fuego.

Los majaretas se lanzan al quirófano, a las primeras de cambio, a que les corten filetes en longitudinal, para reducir contornos. Reniegan de su propia apariencia, se operan hasta el cielo de la boca y a veces, ni su propia madre los reconoce. Y por más veces que los tumben en la camilla, siguen descontentos. Parecen haber enloquecido y su absurda carrera por la pluscuamperfección, no solo no tiene fin, sino que los hace altamente infelices.
Los sabios con la autoestima bien sana, hacen de su defecto la mejor virtud.
Quereis ejemplos concretos? Los muslos.



Paso de medirme las piernacas. ¿Oís? He dicho que ¡paso!

Sí, ¿qué pasa cuando tienes unos muslos generosos capaces de alimentar a todo un colegio? ¿Qué ocurre cuando dichas partes de nuestro yo no pueden, bajo ningún concepto cambiarse? Puedes amargarte la vida o fijarte en Rihanna y sus anchas rodillas. O en JLo y sus cadera-muslazos de impresión. Puedes decidir lucirlos con orgullo, sustituyendo palabras denigrantes como "gorda" "fofafoca" o "vacaburra" (que reconozcámoslo, muy a menudo nos regalamos), por otras estimulantes como "pibón en superlativo", "curvas peligrosas", "abundancia de hermosura" o "jamón, jamón". De insultarnos a querernos, de odiarnos a reírnos de nuestros puntos flacos, solo va un paso. Pero es un paso tan decisivo en nuestra búsqueda de la felicidad, como sencillo.

No lo conseguiremos de la noche a la mañana, es un ejercicio lento y constante. Pero funciona. Y tampoco implica abandonarse, tirarse al barro y atiborrarse de guarrerías sin mover un meñique. Hacer algo de ejercicio ligero (sin convertirnos en vigoréxicas) y comer sano (por aquello de no intoxicar nuestros maravillosos cuerpitos con químicos y plásticos), hará que nos sintamos mejor. Pero sin obsesionarnos, sin sufrir y sobre todo, sin sentirnos miserables. 

Os dejo, hora de mirarme al espejo y decirme: "te quedan los pantalones cortos igualito que a JLo. ¡Bombón!"

sábado, 23 de mayo de 2015

RECOMENSSSEMOS...



Hola, motas de mis amores.

Ya llevo tiempo diciéndolo. Llevo tiempo pensándolo, leyendo peticiones y pidiéndomelo yo misma. Reactivar la WEB, reactivar el BLOG, poner de nuevo en marcha el CONSULTORIO SENTIMENTAL de "La Mota rosa", ¿os acordáis? Pero es que de momento no hay tienda que venda horas sueltas y yo ando como una balilla perdida, siempre de un lado para otro y si mis entradas no están listas a tiempo… en fin, me estreso.

El caso es que cuando un zapato aprieta lo mejor es sacárselo y cuando una idea obsesiona, el camino más corto, buscar una solución. Una entrada de vez en cuando es mejor que ninguna, seamos flexibles. No nos asfixiemos con las fechas, dejemos fluir la creatividad, hablaremos de lo que nos apetezca cuando nos apetezca y no, no olvidaremos la moda.

De manera que… ¡¡Tachaaan!! Aquí estamos de nuevo. Y esta mini-entrada es un saludo lleno de amor.
¿Volvemos a la carga, motas?


 
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