Posiblemente
del rescate ya se haya dicho todo. Puede. O no. También puede. O se ha
comentado y no hemos atendido, que todo es posible. Porque recordemos que
nuestro estimado gobierno tuvo a bien informarnos del feliz acontecimiento
aprovechando el partidazo de la Eurocopa y claro, ya se sabe… tiran más dos
tetas que dos carretas y toda España pendiente de los balones, no dejaba hueco
para informarse del magno instituto por el cual pasábamos a deber a los grandes
de Europa, la nada desdeñable cifra de 100 billones de euros. ¡¡Billones!!
¡¡Con B!! Que he visto muchos cien millones por ahí escritos y son más, muchos
más “leuros” de los que nos pensamos.
Conclusión
número uno: que nos rescaten no es para tocar la zambomba. Es terrible,
deprimente y nos ata de por vida a unos intereses que nadie sabe a cuánto
ascienden (upps, se les olvidó mencionarlo) pero que a buen seguro nos dejará
los bolsillos desfondados.
Conclusión
número dos: los potentados europeos, nos miran con una chispa de repelús, así
como a apestados que reciben limosna cuando los euros no son para el pueblo
español sino para sus bancos. Toma ya!!
Conclusión
número tres: no recuerdo haber apadrinado ningún banco: A ver… tengo
apadrinados tres niños en Bosnia, un colegio en Brasil y unos cinco mil perros
abandonados. Pero bancos… bancos… Oiga, ahora mismo no caigo en si alguna vez me
preguntaron. Productos que no uso, empresas que no conozco, de las que no soy
propietario, ni accionista, ni empleado. Dicho lo cual, aunque me hubiesen
consultado de rodillas antes de meter mano en mis pensiones y robármelas con
guante de cabritilla, mi respuesta habría sido la misma: un tajante ¡¡¡NO!!!
Gregorio
tenía un bar heredado de su padre y este a su vez de su abuelo que lo compró a
medias con su socio Marcial, el que le salvó la vida en la guerra. Un negocio
familiar de toda la vida que representaba mucho más que una simple barra y unas
cervezas. Cuando la crisis arrancó, tuvieron que prescindir de un camarero.
Apretó y prescindieron del otro. La mujer de Gregorio, con su espalda de
alcayata, tuvo que meterse en la cocina a sudar la gota gorda pelando papas. Gregorio,
a sus muchos años y dolencias, conoció más horas extras que el reloj de la
torre, sirviendo “cafeses” y viendo al
tiempo cómo menguaban sus exangües beneficios. Después de muchos sacrificios y
de dejarse la piel a tiras en un negocio que ni p´alante ni p´atrás
porque la gente del pueblo ya no tenía cuartos que gastarse en tapas, Gregorio
y su santa echaron el cerrojo. Allí quedaron, de pie en la plaza, los ojos
clavados en una persiana de acero que resumía toda una vida de privaciones. El
futuro acechaba incierto con apenas trescientos euros de pensión a repartir
como buenos cónyuges.
Nadie
vino a rescatarlos.
Gregorio
no existe. Pero su historia la repiten cada día miles de Gregorios por todo el
mapa. El que lleva mal su negocio, el que invierte alegremente y se excede con
el riesgo, el que toma decisiones equivocadas… la palma. Se le muere el negocio
y ni le aplauden. Otro, como Gregorio, ni culpa tienen: fueron diligentes, ahorraron
cada peseta, vigilaron el gasto de agua, se acordaron de cerrar las luces cada
noche y restregaron suelos, barra y estancia con agua del grifo y vinagre que
cuesta menos que los limpiatodos. Pero el demonio de la crisis de los demás se
cernió sobre su pequeño bar y lo hirió de muerte. Han sido cuidadosos,
trabajadores y honrados y hoy, apenas tienen para comer.
Esa
es la gente que hace país. Dan empleo, generan riqueza. A esos es a los que hay
que rescatar. ¿Desde cuándo “SALVAR EL SISTEMA FINANCIERO” equivale a “GARANTIZAR
QUE LOS DIRECTIVOS DE LOS BANCOS SE RETIREN CON MUCHOS MILLONES”? ¿Pero qué
está pasando? ¿Acaso hemos olvidado tan pronto que ya se vivía (y no del todo
mal) antes de que existieran los bancos? ¡Señores! Que estos “establecimientos”
nacieron con el único objeto de guardar nuestras perras con mayor seguridad y
que las bolsas bajo los colchones no fuesen reclamo para indeseables cacos en
nuestras moradas. Más adelante, listos ellos, identificaron la oportunidad de “ya
que te lo guardo, ¿qué tal si te pago un X y me permites que lo preste a otros?
Ese otro me paga un X+Y, te liquido, me quedo la diferencia y ya he montado un
negocio”. Bueno, hasta ahí, nada ilícito. Pero esto se ha degradado, ha
degenerado, no lo reconoce ni la madre que los parió, se equivocan a lo loco.
Nos han sangrado, se comen nuestros ahorros, las pensiones de los abuelos
deslomados y nos endeudan frente a Europa.
Y la
excusa es siempre la misma: es que sin bancos no podremos vivir.