domingo, 26 de julio de 2015

ESAS CRÍTICAS FEROCES...




Bienvenida semana, una vez más, y procuremos entrar con el mejor estado de ánimo, que luego la cosa se alarga, y se alarga, y se alarga… y nos damos contra la pared desesperados por no poder encogerla.
Estooo… de la motivación hablaremos en otra ocasión.

Hoy nos detendremos en ciertas críticas que algún@s vierten en las redes sociales, en el apartado "comentarios" de Amazon, en cualquier sitio y lugar donde su a veces bien calculado veneno pueda gotear y causar estragos. Puede parecer un tema manido y trillado, yo misma lo veo así, pero dado que continua ocurriendo, que la gente no aprende, que se siguen arruinando días que podrían ser felices por causa de cinco líneas anónimas (o no tanto) que pisotean tu trabajo de la peor manera y que aún duele, dado que algunos de los que lo hacen pueden no tener mala intención, creerse incluso que le hacen un favor al autor y que es el ego descomunal de este el que lo conduce a la rabieta y al llanto… Dado que muchas cosas siguen necesitando de explicación y análisis… ¿Por qué no? Vamos a hablar acerca de ello.


Esos dioses todopoderosos y castigadores, dueños del bien y del mal, deciden opinar… Ay, omá, qué susto…

Rara vez he oído a nadie quejarse por una crítica negativa, que mereciera, con franqueza, ser llamada crítica: por su objetividad, su profesionalidad, por tener la suficiente entidad y estar bien montada. Es decir, que se ajusten a lo que vulgarmente llamamos "crítica constructiva". Y sumaría "respetuosa". Las críticas chungas, pocas veces se refieren a la calidad de la narrativa, la agudeza de los diálogos, al acierto o desacierto de la estructura, la psicología de los personajes… No.

Estas "críticas" a las que nos referimos no pasan de ser opiniones. Personales, por más señas. Y vertidas en público. Por ello, terriblemente dolorosas.

Si nos encontramos con una verdadera crítica que puede mejorar la futura obra del autor, responsable y considerada, aunque sea negativa, seamos sinceros, la mayoría de los autores con los pies en la tierra no se lo toman a mal. Aún está por inventar la obra que fascine a todos por igual, el bestseller entre los bestsellers, que cruce fronteras y allá donde vaya, triunfe como la San Miguel.
¿O era la Cruzcampo?
Umm… Buenas cervezas ambas…

A ver si nos enteramos de una vez, que los aplausos y las alabanzas, sobre todo si son falsas o por compromiso, no nos hacen ningún favor. Mis amigos, mis verdaderos amigos, degüellan mis obras, van con lupa en busca de lo que no encaja, de lo que chirría, de lo que puede ser mejorado. Eso sí, desde el cariño, que una es sensible y tiene corazoncito. Pero también tiene vergüenza torera y quiere mejorar. Si mis personajes son incoherentes, mis estructuras caóticas o mis diálogos de chiste, necesito saberlo para trabajarlos. Si me recompensan un trabajo mediocre o malo haciéndome la ola, mi próxima novela será más de lo mismo.
¿Eso es lo que queremos? Sentíos libres de responder, puede ser que sí, que muchas personas que escriben no tengan la menor intención de currárselo en plan profesional más allá de lo que les sale en versión 1, y ¡qué carajo! Están en su derecho. Que si en algo no estoy de acuerdo es en la topiquísima frase hecha "la obra cuando se publica deja de ser del autor y pasa a ser propiedad de los lectores".

¡NOL! ¡No estoy de acuerdo! La obra es y será para los restos, propiedad exclusiva de quien la ha escrito. Los demás podremos leerla, degustarla o vejarla, defenderla o quemarla, hacer cábalas acerca de sus mensajes ocultos, juzgar a los personajes, aventurar interpretaciones… Pero solo el autor, sabrá realmente qué quiso decir con esta u otra situación, con esa frase aparentemente fuera de lugar. Solo quien los parió entiende a sus personajes y podría defender su incoherencia, su infantilidad, su imperfección.


No la creé, no puedo explicarla

¿Por qué duelen estas opiniones? ¿Solo porque no son positivas? ¿Es el ego tremendo del autor, como dicen muchos, que prefiere arrancarse los ojos a tener que soportarlas? Alguna vez, puede que sea eso. Las menos, os lo aseguro. Otras muchas, duele porque se vierten desde el desprecio. El desprecio, como dice una de mis protagonistas al inicio de su historia, no es solo una impresión. Es palpable, se puede tocar, está ahí, mirándote burlón. Algunas de esas "opiniones" que sus autores defienden como respetuosas, objetivas o en el libre ejercicio del derecho de expresión, molestan a cualquier ser humano sensible que las lea, aunque no hayan escrito la obra. Es comprensible que hieran a la madre o padre de la criatura. 
Si le sumamos el agravante de la publicidad, que la ofensa sea pública y tu escarnio pueda leerlo cualquiera, que no disponemos de todas las herramientas psicológicas para librarnos del guantazo a nivel de la autoestima, el resultado no puede ser más punzante.

Ahora bien… ¿es conveniente compartir nuestro dolor en las redes sociales? Lo dejo a elección de cada cual. Personalmente, pongo en tela de juicio la benignidad de esta solución. Y es que por muy alentador que sea ver decenas de mensajes de ánimo y cariñoso cariño, pensemos que quien hizo la crítica demoledora con intención de tumbarnos, también está ahí, recreándose en nuestra pena, frotándose las manos por sus aciertos, preparando el próximo golpe mortal. Y si el enemigo es persona enferma, la guerra no tendrá fin. ¿Es lo que buscamos? Porque es lo que conseguimos al trasladar un asunto privado al peligroso océano de las redes sociales.
Abogo por releer, una y mil veces esa opinión, una vez pasado el berrinche con la familia o las amigas, en vivo y en directo, delante de un café o cerveza de los de toda la vida, donde podremos desahogarnos y despotricar a gusto, y buscar qué hay de verdad en esa aparente mentira. Si algo es aprovechable. Plantearnos qué no hay de cierto en ese charco de barro, que bien trabajado, pueda hacer mejor nuestro siguiente libro.
Saquemos del mal rato una lección. Y cuando recordemos al malhechor, lo que se nos vendrá a la cabeza será "gracias" en lugar de "hijademalamadre". Ligeramente mejoL.



Cuidado con los dueños de las cabezas que pisas al subir...

Así que no lo olvidemos. Podemos opinar. Y si estamos preparados intelectualmente para hacerlo, podremos hasta criticar desde un punto de vista literario. Pero os lo suplico, no olvidemos las formas. Pensemos por un momento en las horas robadas al sueño, a la familia, de esa persona que con la mejor intención de entretenernos, ha tecleado sin descanso e inventado historias pensando en nosotros. Con mayor o menor acierto, vale. Si no nos gusta, siempre podemos dejar de leerlo sin necesidad de contarle al mundo cuan horrible ha sido. Aprendamos a expresarnos con sensibilidad. Respetemos la ilusión del autor, sus lazos emocionales con la novela. Respetémoslos a ellos. Y seamos delicados. Cuesta lo mismo que ser crueles y desagradables y proporciona mejor karma. No olvidéis que con un poco de suerte, algún@s de los que hoy cortáis cabezas, mañana publicaréis...

Hasta la próxima semana, motitas y coraSones.


By Mota Rosa

domingo, 19 de julio de 2015

¡AYYY! ¡QUÉ POQUITO NOS QUEREMOS!


Venga, va, cierto. Me merezco una colleja. Desde mayo que prometí volver, me he pasado mis compromisos un poco por lo alto del arco del triunfo. 
Que no he escrito una mísera letra pal blog, vaya.
Pero tengo excusa, de verdad. Absolutamente todos los ratos disponibles que he tenido, que no han sido muchos, los hemos pasado, mi culo y yo, pegados a este teclado, puliendo novelas para presentar a concurso ("La cripta del ángel" que me ha dado la increíble satisfacción de quedar entre las 5 finalistas del I Premio de Literatura Editorial Vanir, tiene la friolera de 465 páginas y me dio por cambiarle la estructura ¡completa! a última hora. Creí que perdía la chota), puliendo estructuras de trabajos previos, trabajando próximas publicaciones… En fin, una barbaridad de curro. No os puedo dar muchos detalles por ahora, pero irán saliendo (Dios quiera) y lo iréis viendo. Diréis: "Umm, pues va a ser que no era una disipada vaga redomada como pensábamos. Tenía trabajo pendiente".


Por cierto… Cómo me pone este hombre…

Iré al grano. Hoy por fin he cogido por los cuernos mi toro particular y aquí me hallo, de modo que trataré de no irme por los cerros de Úbeda, o esta entrada no llegará a nacer.

El tema es: qué poquito nos queremos. Y no me refiero a ese querernos prepotente y engreído que nos lleva a mirar al resto de la humanidad por encima del hombro, sintiéndonos supergente, mientras que ellos, pobre mortales, son simple basurilla (que esos que "se aman por encima de todas las cosas vivas", abundan, no lo dudéis). No. Porque aunque la línea que separa una autoestima alta y en plena salud de un ego descomunal y asqueroso es fina y sutil, EXISTE. Y no es lo mismo, ni comparable. Prometo dedicar un post a esa importantísima diferencia que puede llevarnos de la felicidad vital más absoluta, a ser el tipo/a más odiado/a y al que todos desearían pillar a solas para cortarlo en juliana.


El bosque, como la sociedad, se compone de muchos árboles miembro. Lo que no quita que cada cual conserve su individualidad y su especial e irrepetible forma de ser. Porque sí, somos IRREPETIBLES.


El quid de la cuestión es que la autoestima, también llamada amor propio, no se basa en la relación con los demás sino con nosotras mismas (de ahí lo de "auto"o "propio"), radica en el modo en que nos vemos, nos comparamos con el resto, y nos juzgamos.
Sobre todo eso. ¡Cómo nos juzgamos!
Somos duras con nuestras críticas, exigentes hasta desfallecer, siempre consideramos que hemos hecho mal las cosas (menos los egocéntricos superdotados, esos, en su opinión, jamás de los jamases se equivocan), que nos equivocamos más de lo conveniente y sobre todo… que llevamos fatal el pelo y nuestras cartucheras son las más frondosas. Circunstancias y fallos que perdonamos a los demás sin vacilar, son inadmisibles en nuestra propia realidad y los usamos para arrearnos sin descanso con el latiguito castigador.

A ver, quitando algún que otro ángel de Victoria´s Secrets (por cierto, menudas bragas) ¿quién demonios nació perfecto? De acuerdo, a David Gandy también lo sacamos de la reflexión, aunque igual es tonto de remate o le huelen los pies, yo qué sé, también lo admiro por encima de la demencia pero nunca me he ido a vivir con él (jajajajaja risa irónica donde las haya), igual me decepciono… Vaale, a lo que íbamos. La gran, gran mayoría de nosotras/os, nacemos con un pack que podría colocarse en una balanza: cosas chachis, cosas no tan chachis, cosas que nos ponen la carne de gallina. Pueden ser interiores o exteriores. Un exterior de revista puede esconder un miedo atroz a vivir o a amar (¿Imagináis qué desperdicio?). Una melena espesa y brillante que se convierte en la envidia de todo el que la ve, puede embozar una incapacidad absoluta para resolver los problemas más básicos del día a día.
Y es que solemos juzgar en exceso por lo que vemos, olvidando que eso es solo el 30% del ser humano, que hay mucho más, invisible, sí, pero sustancial, determinante de ser criaturas más o menos felices, satisfechas con nuestra vida y que aunque sea un tópico (no por ello menos cierto) ni el dinero ni la cegadora belleza, garantizan la felicidad. Puede que ayuden, sí, pero no siempre ni del todo. Es mucho más feliz un pobre feo hasta decir basta, con su cabeza bien amueblada y su orden de prioridades claro. 
Demostrado por esa madre de la ciencia que es la experiencia. 


Alexa Chung, mi Marina Valdemorillos particular, con una pinta de pava supina de la que muchas renegarían, ha sabido hacer de sus looks rarunos y ñoños, su mejor baza profesional

El caso es que algunos de estos humanos normales, recordad, con sus cosas buenas y sus cosas malas, alejados de la rabiosa e inexistente perfección, han elegido profesiones que los colocan en la picota. En el candelero. A vista de todos. Objeto de las críticas más feroces, las de los envidiosos. Y ahí es cuando vemos quién es realmente inteligente. La prueba de fuego.

Los majaretas se lanzan al quirófano, a las primeras de cambio, a que les corten filetes en longitudinal, para reducir contornos. Reniegan de su propia apariencia, se operan hasta el cielo de la boca y a veces, ni su propia madre los reconoce. Y por más veces que los tumben en la camilla, siguen descontentos. Parecen haber enloquecido y su absurda carrera por la pluscuamperfección, no solo no tiene fin, sino que los hace altamente infelices.
Los sabios con la autoestima bien sana, hacen de su defecto la mejor virtud.
Quereis ejemplos concretos? Los muslos.



Paso de medirme las piernacas. ¿Oís? He dicho que ¡paso!

Sí, ¿qué pasa cuando tienes unos muslos generosos capaces de alimentar a todo un colegio? ¿Qué ocurre cuando dichas partes de nuestro yo no pueden, bajo ningún concepto cambiarse? Puedes amargarte la vida o fijarte en Rihanna y sus anchas rodillas. O en JLo y sus cadera-muslazos de impresión. Puedes decidir lucirlos con orgullo, sustituyendo palabras denigrantes como "gorda" "fofafoca" o "vacaburra" (que reconozcámoslo, muy a menudo nos regalamos), por otras estimulantes como "pibón en superlativo", "curvas peligrosas", "abundancia de hermosura" o "jamón, jamón". De insultarnos a querernos, de odiarnos a reírnos de nuestros puntos flacos, solo va un paso. Pero es un paso tan decisivo en nuestra búsqueda de la felicidad, como sencillo.

No lo conseguiremos de la noche a la mañana, es un ejercicio lento y constante. Pero funciona. Y tampoco implica abandonarse, tirarse al barro y atiborrarse de guarrerías sin mover un meñique. Hacer algo de ejercicio ligero (sin convertirnos en vigoréxicas) y comer sano (por aquello de no intoxicar nuestros maravillosos cuerpitos con químicos y plásticos), hará que nos sintamos mejor. Pero sin obsesionarnos, sin sufrir y sobre todo, sin sentirnos miserables. 

Os dejo, hora de mirarme al espejo y decirme: "te quedan los pantalones cortos igualito que a JLo. ¡Bombón!"

 
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