miércoles, 19 de enero de 2011

DESDE ROMA CON AMORRRRRRR



Pocas cosas no se han dicho ya de Roma. Que si la ciudad eterna, que si monumental, que si cuna del arte, que si pallá, que si pacá... Me temo que no resultaría nada original, dijera lo que dijera.
Pero rompiendo vuestros funestos presagios (y básicamente para generar rencor social), voy a relataros cosas distintas, cosas que traerán una visión de Roma, íntima y particular. Esta vez no he sido, como años atrás, una simple turista: esta vez he disfrutado de la ciudad como una romana más. Alojada con mi familia política, la mejor que una chica casadera pueda desear, un suegro talentoso y McGiver, que madruga y tras recorrerse sus 5 religiosos kilómetros, se llega al obrador de panadería del barrio y nos trae pan caliente y cruasanes para desayunar. Luego llegaba el almuerzo y con él, la hora de que mi nonna luciese sus artes culinarias: pasta a la carbonara, canelones rellenos de ricotta, sopas de pavo y pasta... ¡ay omá, qué rico tooooo! Me he venido un poco más "reonda", pero ¿a quién le importa cuando se disfruta tanto? Estoy completamente de acuerdo con "COME, REZA, AMA" que pese a lo insulso de su contenido, define a Roma (bueno, no la define expresamente, pero aquí estoy yo pa cubrir agujeros y rellenar donde falta) como la cuna del buen comer.
Yo puedo decir sin temor a equivocarme que en Italia el llantar está pensado para disfrutar. Es algo así como distinguir el "SEXO POR EL PLACER" del "SEXO PARA LA REPRODUCCIÓN". ¿A que en el primer caso se amplía considerablemente el abanico de posibilidades? Y es que comer para alimentarse, no tiene nada que ver con divertirse de lo lindo dándole a la muela, que es lo que uno hace cuando visita este maravilloso lugar.
Llovió a cántaros casi todo el tiempo y el día de navidad, cuando todos los romanos guardaban sus barrigas llenas bajo llave, en casa con la familia, nos comportamos como dos verdaderos turistas y nos marchamos a recorrer a pie el centro de la ciudad, aprovechando que estaba vacío. Fue entonces cuando viví el mejor y más maravilloso minuto de mi viaje. ¿Sabéis esos momentos especiales que una recuerda toda su vida? Pues mi visita al puente Mivlio cual pollo enamorado, candado en mano, henchida de loving-loving, cerrándolo con cara de boba, mientras me fotografiaba mi chico. Dicen que la tradición es tirar las dos llaves del candado al río, pero una es muy sentimental y ecológica. Nada de acero inoxidable al Tíber de mis amores. Me las guardé las dos, las enmarcaré y me haré un cuadro. Ea!!
En fin, que tras la grandiosidad monumental de Roma, lo que te queda es el calor de familia y el momentazo romántico vivido en el puente con el amor de mi vida, gracias a un simple candado.
Si es que nos conformamos con tan poco...

 
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