He hablado con muchos compañeros últimamente y también he conversado conmigo misma y con mi propia experiencia. Y asombrosamente llegamos a conclusiones muy parecidas, de lo cual, deduzco cierta base y fundamento. ¿Recordamos lo analizado en las dos anteriores entregas de este artículo? Fueron publicadas en números previos de nuestra revista La Mirada de Odín, para quien tenga curiosidad o interés.
Pues bien, partiendo del material examinado, del hecho y del convencimiento (ya aceptado) de que habremos de acometer (sin miedo y con ardor) la dura tarea de promocionar nuestra propia obra, aterrizamos en el escollo del beneficio económico. Traducido a palabras: ¿cuánto gana el autor por ejemplar vendido, en estas condiciones? Recordemos, editorial mediana o pequeña, a la que necesariamente deberemos apoyar difundiendo nuestra obra, si queremos superar la barrera de venta de los 500 ejemplares. La respuesta es, el 10% del precio venta al público del libro. Sube como la espuma una tendencia generalizada abaratar el precio de los libros, como unidad, menor es el ya de por sí, liliputiense beneficio del autor. Y desde luego, incrementarlo, me refiero al precio de venta en librería, no es una opción.
Mucha gente se queda atónita al escuchar este dato y hasta se resisten a creerlo. Hay un extendido credo que defiende al escritor millonario (y excéntrico), en cuanto el título de su obra resuena por aquí y por allá con cierta asiduidad. Un euro con ocho; un euro y medio; dos euros. Ese es el importe que nos liquidarán en su momento, el que nos corresponde, de cada libro adquirido por nuestros amigos y cómplices, los lectores.
Llegados a este punto hay quien se pregunta (sé de muchos que lo han hecho), de qué vale tanto esfuerzo desarrollado, si a la postre, los beneficios generados vuelan lejos de nuestro alcance. Suena así como a labrar la tierra de otro, sólo que en este caso, hubo un momento inicial, mágico, en que la obra era nuestra, nos pertenecía. Y entonces, es cuando esas almas rebeldes se plantean por vez primera, la opción de la autoedición.
Debo decir que me parece una opción tan asumible como otra. Hoy día, venir de mano de una editorial ya no es sinónimo de calidad (ni siquiera de las grandes); los editores cometen errores de mercado al apostar (es una decisión humana, basada en sus gustos, en las estadísticas y baremos, que de repente, explotan y sorprenden al más pintado); aquello por lo que nadie daba un duro, se transforma en aclamado best-seller; cientos de autores que hoy son famosos, comenzaron viendo cerrarse una tras otra en sus narices, las puertas editoriales, no importaba su tamaño, pero era tal su fe en la obra, que optaron por autoeditarla y la promocionaron y vendieron ellos mismos (Federico Moccia y sus súper-ventas es un caso a tener en cuenta); cada obra, por extraña y/o singular que sea, tiene su público, aunque sea minoritario; ¿quién soy yo para juzgar la calidad “artística” de una obra?
El único aspecto a tener muy en cuenta, es el de la calidad de escritura: poner a circular un texto plagado de errores ortográficos, de verbos mal conjugados, de frases interminables preñadas de florituras sin sentido, es a la corta y a la larga, un perjuicio y un descrédito para el propio autor. Hay que corregir, solicitar la ayuda de un corrector (los hay a cientos y a muy diferentes tarifas), que nos asegure un texto digno y hacerlo con humildad. Repasar y repasar hasta estar convencidos de que lo que se imprimirá en papel, no nos levantará los colores en un futuro no muy lejano. Y asumir las malas críticas (las que yo llamo “negativas con respeto”) con disciplina y afán de superación. ¿Quién sabe? Quizá un primer libro autopublicado nos lleve de la mano hasta la mejor y más saludable de las editoriales.
¿Por qué no intentarlo? Suerte y besos a tod@s.
2 comentarios:
Eres consciente de que comulgo contigo casi al cien por cien (por no darte la razón del todo, chínchate) Pero este tipo de dedicación del que hablabas en el segundo y tercera publicación es casi casi exclusiva y el problema es que tenemos la fea necesidad de comer a diario, lo que dificulta aún más la comercialización de nuestras obras.
Por otro lado, me parece un excelente consejo la necesidad de acudir a la corrección por parte de alguien profesional a fin de que el texto quede, al menos, decente. He visto publicaciones con ciertas editoriales(de coedición, muy famosas) que no revisan si quiera mínimamente los textos que se les envían y el resultado es fachoso, perjudicial para el autor.
Mis mejores deseos para todos los que escriben (me voy a incluir cuando acabe esta jodida novela) y un abrazo muy fuerte a todos.
Muy cierto, Anabel. Lo del tiempo disponible es un obstáculo desquiciante, ya que aquí nada corre, las llamadas hay que repetirlas mil veces, los correos no llegan o no se leen o simplemente no les hacen caso... Hay que insistir e insistir, sin ninguna garantía de que al final, la gestión dé algún furto. ¿Cuántas veces al cabo del día se piensa en tirar la toalla? Una media de 5. Pero... Somos escritores, qué diablos, para nosotros esto es una necesidad, no un negocio. Quizá sea esa locura la que nos impulsa a no frenar y cambiar este desastre de batalla por una cervecita bien fría ;)
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