No
puedo creer mi suerte. Me toca subir entrada justo el día de Navidad. Qué
ternura, qué emotivo, qué subidón. Qué de bolas, espumillones y luces por todas partes. Qué de
regalos, qué de velas... ¡Qué dolor de barriga, demonios!
Y es que tenemos una idea
preconcebida bastante arraigada de lo que deben ser estas fiestas. Hay que
estar alegres (por narices), quererse mucho (por coj***es), ser mejor persona
(por los huev**) y cantar villancicos todo el tiempo con el mejor humor posible
anunque desafinemos. En la oficina, donde llevan diez años sin darnos ni los
buenos días, nos obsequian con unas hojaldrinas y anís del mono y con los
chupitos, a lo tonto, todo el mundo sonríe más y bobea a la primera de
cambio.
Con esa perspectiva no me
extraña que haya quien odia la navidad. Quien la aborrece. Yo adoro este
momento.
Como todo en esta vida,
lo que se hace por obligación, rechina. Como todo en la existencia humana, si
se convierte en una competición, agota. ¿A qué viene meterse con los demás por
cualquier minucia? Que si el árbol, que si el Belén, que si las tradiciones,
que si los yankees, que si yo soy mejor o tú peor por lo que hayas decidido
plantar en el salón de tu apartamento.
Tiempo muerto, por el
amor de Dios. Vive y deja vivir.
Mi entrada hoy será
corta: la resumiré en un ruego. Que respetemos el modo en que cada cual decide
vivir su vida y sus tradiciones. Que abramos la mente a las ilusiones de los
demás. Que ansiemos copiar todo lo que llega de fuera, si conlleva alegría y un
apetecible "pasarlo bien". Fuera amarguras, fuera irritaciones, fuera
tener que cenar con los suegros si no los soportamos. Flexibilicemos las
reglas, rompamos alguna, incluso, si resulta necesario. Porque si por seguirlas
a rajatabla nos frustramos... no merece la pena. Si cenar frente a tu odioso
cuñado te empeora la úlcera, prueba a hacer algo distinto este año. Reúnete con
amigos agradables y positivos, con gente maravilllosa que te lleve denuevo a
creer que el mundo y la humanidad merecen la pena. Escoge fijarte solo en lo
bueno que trae la navidad: el brillo en los ojos de los críos, lo hermosas que
lucen las calles, la generosidad quizá más acusada en estos días que en el
resto del año, el amor con que se cocina, ese poner música en casa (algo que
quizá no siempre hagamos) o acompañar nuestros quehaceres ante los fogones con
una copita de vino.
Utiliza la lupa de tu
atención, no para agrandar los defectos sino para destacar las virtudes. Y algo
más: arrastra esa filosofía de vida más allá de diciembre, por favor. Tira de
ella para que ilumine el resto de tu año. Porque mejorar y superarse son la
mejor meta. No seas chinche, ni cansino, no des la vara, no envidies,
esfuérzate, cree en ti mismo y sobre todo, quiérete mucho, no esperes que lo
hagan los demás; no seas pasivo ni caradura. da siempre el primer paso y cuando
pretendas que las cosas cambien, empieza por cambiar tú.
Y ahora que mi sermón
acaba, voy a ver cómo anda el "babo" que lo tengo abandonaíto en el
horno y de paso, acompañaré el viaje de inspección con un sorbito de tinto. Lo
dicho, japy navipeich y no SUS amargueich.
Pensadlo.
3 comentarios:
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